sábado, 22 de marzo de 2008

DESCANSO EN MONTPARNASSE



Nunca me gustaron los cementerios.
Por suerte, he tenido que visitarlos poco y nada. Sin embargo, Montparnasse me resultaba una parada obligatoria en París.
Era de mañana cuando salí del hotel hacia el cementerio. Al llegar a la puerta, pensé: “¿Está bien hacer turismo acá?”. No había mucho movimiento en la necrópolis. Así que, en silencio, caminé entre las interminables callecitas que serpenteaban entre cuadras y cuadras de tumbas como racimos de uva, encimadas unas a las otras, mezclándose, confundiéndose, con vago orden.
Encontrar una tumba era muy difícil: buscando la de Baudelaire, acabé hallando la de Durkheim.
Había, sin embargo, una tumba que tenía que visitar sí o sí: la de Cortázar. Me costó trabajo encontrarla. La vi un rato de lejos y la rodee un par de veces. Cuando me animé a acercarme, tres mujeres se me adelantaron y se sentaron sobre el mármol blanco. Media hora charlaron sobre la tumba del inmortal cronopio, mate y fotos de por medio. “Que irrespetuosas”, pensé, yo que ni me animaba a sacar mi cámara. Cuando se fueron, me arrimé yo.
La tumba era plana, casi a la altura de una mesa ratona. Estaba divida en dos, parte para Carol Dunlop, parte para Julio. Tenía, además, un adorno que me impresionó: una cara sonriente hecha de granito gris. En el mármol, la gente había escrito todo tipo de mensajes para Córtazar. Muchos le agradecían sus cuentos y otros sus luchas. Muchos le hablaban desde el exilio y otros de lo mucho que lo extrañaban. En un hueco, había flores marchitas y otras recién colocadas.
Me senté en el mármol. El sol de marzo era abrigador. Cerré los ojos. Sin darme cuenta, habían pasado más de quince minutos. Sí, la tumba de Julio invitaba a eso: a hacerle compañía, a matear, a conversar. No era una irrespetuosidad, como había pensado antes. Ni era una herejía dejarle un mensaje.
Saqué un papel de mi billetera, lo partí en dos y lo dejé en el hueco junto a las flores. El papel era de un bar de Buenos Aires que se llamaba “Il Mago”.
Me despedí de Julio y, en el camino de regreso, me topé con Baudelaire y Maupassant. No creo en las coincidencias, y menos aun, después de haber leído a Cortázar.
Todavía conservo la otra parte del papel. Espero algún día poder dejársela.

miércoles, 19 de marzo de 2008

PARÍS-BARCELONA. PARTE I: EL MUSULMÁN


Gare d´Austerlitz. Veinte horas. Abordo el tren rumbo a Barcelona y busco mi camarote. Estoy ansioso: el viaje demorará toda la noche y no sé con quién compartiré las cuatro camas literas del pequeño cuarto.
Abro la puerta y encuentro la primera respuesta: un moreno de dos metros voltea y me sonríe con sus perfectos dientes.
- Hi -, me tiende la mano -. I´m J.
Su mano cubre completamente la mía.
- ¿Is ok if I pray? -, me desconcierta aun mas.
- Go ahead, man -, le tiro, y él extiende una manta blanca en el pasillo del camarote.
Subo a mi litera para darle lugar y el moreno se arrodilla y balbucea algo incomprensible. Su cuerpo se mueve entre espástico y sereno. Yo lo miro rezar y después levantar la manta y doblarla. Se sienta en su litera, la de arriba, frente a la mía.
- ¿Where´re you from? -, me pregunta.
- Argentina.
- No kidding -, ríe y golpea sus manos en las rodillas -. ¡I love Maradona!
No me sorprende: ya he oído esa misma frase varias veces en toda Europa. Pero el moreno va un paso más allá: conoce la carrera del Pelusa, sus goles y vicios. Hablamos un rato de fútbol, hasta que me confiesa algo que cambiaría para siempre mi percepción de mí mismo:
- When I saw you, I thought that you were from Morocco.
Me río. No puedo hacer otra cosa. Él sigue:
- And I thought that you were like thirty-three.
- ¡No, man! ¡I´m twenty-one!
Reconozco mis rasgos árabes, pero jamás pensé que fueran tan acentuados como para que un africano me confundiera con uno de ellos. Lo de la edad resulta aun más chocante, y más viniendo de boca de un ghanés cuarentón que, a lo sumo, aparentaba veintiocho.
El tren sigue detenido. Aun falta parte del pasaje. Continuamos hablando: me entero que el ghanés cuarentón es un abogado que estudió en Estados Unidos.
- United States is like a baby -, me dice -. Whatever they want, they take it.
Luego me explica la diferencia entre Estados Unidos y las potencies de antaño:
- United States have no history. What is two hundred years, compares to Europe or Arabic countries?
A mí, me queda una sola duda:
- How do you know where The Meca is?
- How do you know when you are hungry?
- I just know -, respondo.
- I just know -, me dice, tocándose el corazón con su mano derecha.