lunes, 17 de noviembre de 2008

ALI, ALI BEREBERE



Alí.
Alí se llamaba nuestro guía. Como no podía ser de otra forma.
Así se había presentado él. Pero no sólo así: él era, decía siempre, Alí Berebere.
Berebere no era su apellido. Berebere es el nombre de una etnia autóctona de Túnez.
Según nos contó mientras caminábamos por Cartago, los Berebere habían jugado un papel clave en la Segunda Guerra Púnica. El Imperio Romano los había comprado para que iniciasen una revuelta en su propia tierra, mientras el Gran Aníbal Barca golpeaba a la puerta de la Ciudad Eterna.
- El Berebere gusta del dinero -, nos dijo con una sonrisa impecable.
Alí era alto y tostado por el mismo sol que, desde hace siglos, hace compañía a la soledad del desierto sahariano y a las ruinas de un imperio.
Y es que Cartago también fue un imperio, y aun más grande que el romano.
Tenían fama de grandes comerciantes, y así se expandieron por todo el Mediterráneo. Alí confirmaba esa fama como nadie: nunca conocí vendedor como él. Hablaba y sonreía para vender, como es lógico, pero también mentía y decía la verdad alternada y estudiadamente con el mismo afán comercial.
De entrada fue más sincero que el guía medio:
- Les voy a mostrar lo auténtico de Cartago. Esta piedra es verídica, tiene más de 2.300 años. Este empedrado, no: es réplica del de entonces.
Después, mientras íbamos en el micro rumbo al centro histórico de la ciudad, redobló la apuesta:
- Aquí no van a ver pobreza, no van a ver basura en las calles. Túnez es el país africano con mayores índices de desarrollo.
Y por supuesto que vi pobreza y vi basura en las calles. Lo vi en las calles laterales: por la avenida que avanzábamos todo lucía impecable, como Alí, como su acento español: todo en Túnez parece preparado para vender.
- Ahora vamos a bajar en La Medina, el casco histórico de la ciudad de Túnez -. Llegaba el turno de la verdad: - En La Medina están los zocos, que son los mercados típicos de aquí. Ahí podréis comprar alfombras, perfumes y cerámicas. Si queréis, podéis recorrer los zocos por vuestra cuenta y nos encontramos luego en el ómnibus. Y sino, podéis ir con Alí Berebere.
Pero Alí, como buen Berebere, no se iba a quedar allí, en la mera formalidad de la invitación. Alí Berebere tenía un as bajo la manga:
- En los zocos es fácil perderse. Hay muchas calles y muchos vendedores. Hasta los tunecinos se pierden en los zocos.
Eran las cuatro de la tarde. Faltaba poco menos de dos horas para que oscureciera.
Todos fuimos con Alí.

miércoles, 15 de octubre de 2008

DONDE TU ESTÁS, YO TENGO EL NORTE


"Desde ahora mismo y aquí

hacia donde quiera que estés,

parte de mi alma parte a tu encuentro.

Sabes que te llevo dentro mío

igual que yo sé que tu me llevas dentro."


Jorge Drexler, "Transporte"

jueves, 9 de octubre de 2008

PERTENENCIA


Nada de este paisaje me pertenece,
ni los perros que ladran a los camiones
ni los camiones indiferentes de los perros,
y sin embargo, yo pertenezco aquí.
Así somos,
desposeídos que se entregan.
La melancolía es de los álamos,
así como yo soy tuyo cuando siento
la tristeza de las cosas
cuando siento por cierto
que nada de esta tierra valdría la pena
si jamás volviéramos a nuestras raíces.

miércoles, 1 de octubre de 2008

DESPACIOS


En una u otra orilla

da lo mismo,

lo que perdura es lo que se mueve

y nosotros caminando sobre ríos

...despacios...

sin que nadie sepa de nuestro milagro.

jueves, 4 de septiembre de 2008

«SIEMPRE PODRÉ ORIENTARME POR EL RESPLANDOR DE LA HABANA»

´
"Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto, empleaban el articulo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer."
Ernest Hemingway, "El viejo y el mar".

miércoles, 6 de agosto de 2008

TRÓPICO DE CÁNCER


Ciudad de Panamá.
Anochece.
El Abuelo - que en ese momento aun no era abuelo - se acerca a la barra del hotel y ordena una gaseosa. Está algo cansado, entre el calor del trópico y las reuniones de trabajo.
El barman le prepara un vaso. El Abuelo espera en silencio, hasta que un hombre que bebe también en la barra le pregunta:
- ¿Argentino?
- Sí -, contesta El Abuelo.
El hombre lo mira y, con aire misterioso, agrega:
- Tenga cuidado: en pocos meses, va a haber mucho lío allá.
El Abuelo, nunca dado a grandes conversaciones, se despide con su vaso de gaseosa.
Corría el año 1974 y Juan D. Perón intentaba, por tercera vez, pacificar la Argentina.

viernes, 25 de julio de 2008

ASIMETRÍA





Muchas veces oímos decir que los europeos buscan a los sudamericanos para que ocupen los trabajos que los nativos no quieren realizar.
Y así parece que los sudakas que migran son como un parche que viene a completar un mercado laboral incompleto. Pero al final resulta que los inmigrantes son mas que eso: porque las grandes ciudades del mundo están hechas con retazos de inmigrantes, con voces y culturas diferentes.
Pienso ahora en Madrid, la ciudad más argentina que conozco, a excepción de todas las ciudades argentinas.
Cuando uno camina por Madrid ve las huellas de los argentinos por doquier.
Y resulta que el mozo que atiende en la cafetería es de Banfield; que en una calle centríca hay un afiche que homenajea al Carpo Napolitano, a pocos meses de su huida; que todos los locutorios ofrecen descuentos para llamar a Buenos Aires; que un parque inmenso al oeste de la ciudad se llame Eva Perón y la avenida que cruza el Santiago Bernabeú lleve el nombre de Juan Domingo Perón; o que, al observar la marquesina de un teatro, se anuncia el estreno de "El penal mas largo del mundo", del Gordo Soriano.
Y uno hasta empieza a confundir las cosas, y ve el metro de Callao sobre la Gran Vía y le cuesta un rato asimilar que primero estuvo allí para sí después estar sobre calle Corrientes. Lo mismo con los edificios cuadrados y despintados, llenos de balcones y rejas algo oxidadas.
Pero en esta mixtura hay cosas que son exclusivas de Madrid.
La mas madrileña de ellas pude apreciarla en el Paseo del Retiro, un parque al estilo Bosques de Palermo (¿o era al revés?).
Estaba lleno de gente. Frente al lago, escuché una música familiar. Me acercqué. Había un muchacho cantando canciones de Silvio y Sabina. Sin siquiera pensarlo, supe que era argentino. Le pedí una de Baglietto, porque él se parecía bastante a Baglietto: hasta usaba una de esas gorritas de cuero para disimular la pelada. Y cantó "Mirtha, de regreso", y después se despachó con "El tempano", pero no llegó a terminarla, porque llegó la Policía con sus exigencias de documentos. El público huyó enseguida, seguro también sudakas sin papales, como el pobre cantante que probó la especialidad de la casa, hospitalidad a la madrileña, mientras subía al patrullero por las buenas.

miércoles, 2 de julio de 2008

LA LLUVIA Y LAS CIUDADES

“Llora en mi corazón/ Como llueve sobre la ciudad”
Paul Verlaine

No llueve de la misma forma en nuestra ciudad que en otras que visitamos.
En nuestra ciudad, llueve cuando vamos de casa al trabajo, cuando salimos al mediodía para almorzar o volvemos cansados al hogar.
Llueve de a ratos, llueve cuando estamos bajo la lluvia.
En otras ciudades que visitamos, llueve cuando paseamos por sus calles, y llueve también en el hotel, cuando espiamos los edificios de enfrente desde la ventana.
Llueve, y su lluvia nos resulta ajena, inhóspita.
La lluvia es más lluvia cuando se está sin rumbo fijo y sin tiempo.

jueves, 12 de junio de 2008

CONVERSACIONES I


Cuando uno tiene prejuicios para con la cultura de un país, corre el riesgo de toparse con oriundos de ese lugar y pensar que son un estúpidos antes siquiera de hablar.
Sin embargo, en mi experiencia personal, cada vez que hablé con un yanqui no hizo mas que reafirmar todos mis prejuicios.
Debajo, pequeñas viñetas que ilustran la tristeza de pensamiento del yanqui promedio.

1) Un cuasi-marine, con su pelo rapado y su musculosa, en Roma, acompañado por un israelí.
- Where are you from? -, le pregunto.
- America.
- I´m from America too.
- Oh! Which state?
- Buenos Aires.
El yanqui pone cara de sorpresa. El israelí se ríe:
- Argentina is part of America too.


2) También en Roma, con la hija de un exiliado cubano que hablaba un aceptable español:
- En Cuba, no permite que la gente salga de Cuba.
- Es cierto. Pero en otros países, mucha gente tampoco puede salir. Se necesita mucho dinero para viajar.
- Es que no hay libertad, ¿entiendes? Casi no tienen televisión. No pueden ver lo que quieren.
En vano intenté decirle que la televisión de Estados Unidos tampoco había mostrado los muertos de Irak. En vano, porque ella tenía un argumento poderosísimo:
- No pueden ver The Simpson.


3) Una chica, de la que afortunadamente sólo recuerdo que era rubia y que fue en Venecia.
- Where´re you from?
- Argentina.
- Oh! Cull. And where are you studying?
- In UBA -, silencio, y explicación: - Universidad de Buenos Aires.
- Oh! Cull. What are you studying?
- Literature -, le mentí.
- Ah.
- You don´t like literature, do you?
- No. I don´t like because they tell stories that never happens, thing that are not truth.
- And what are you studying?
Ni me acuerdo cuál era el nombre técnico de su carrera pero, traducción mediante, digamos que la yanqui estudiaba administración de empresas. Sí, me acuerdo qué dijo sobre su carrera:
- It´s a very useful career.
- And a little bit boring.
- No. Is so cull… all things you can do with numbers!
Me hubiese gustado explicarle que si las historias no son verdad, los números tampoco. Pero claro, el pensamiento metafísico no es algo que estuviera en su horizonte de pensamiento funcionalista.

miércoles, 4 de junio de 2008

PARÍS-BARCELONA. PARTE II: EL JAPONÉS Y EL CATALÁN


Siempre me costó trabajo distinguir físicamente un japonés de un chino o de un coreano. A pesar de ello, diría que aquel hombrecito que entró al camarote esa noche en Gare d´Austerlitz era japonés.
El tren aun no había arrancado. Yo estaba charlando con el J., el ghanés, cuando la puerta se abrió y el japonés apareció, con sus cuarenta y tantos encima, y un traje elegante pero desalineado.
Nos miró. Lo miramos. Todos en silencio, como adivinándonos. Pero de los tres, él estaba más perdido.
Dejó sus cosas en una de las literas inferiores, debajo de la mía, y se sentó. Balbuceó algo, o quizás fue claro en sus palabras, pero yo no supe entenderlo. Se levantó, dio dos pasos hasta la ventana, miró la noche de la estación, con los hombres corriendo por los andenes y las valijas persiguiéndolos como perros falderos. Estaba algo transpirado.
Dio media vuelta, agarró las cosas que había dejado en la litera y se las tomó.
- I don´t know what was with him -, me dijo J., cuando lo miré buscando una respuesta.
- Why isn´t he travelling with his wife? -, le pregunté.
- Maybe cultural issues? -, respondió con una pregunta socarrona, y sonrío.
Lo cierto es que fue el primer y único japonés despeinado que vi en mi vida.

Al rato volvió. Se sentó en la litera y revolvió su bolso.
- No passport -, empezó a decir.
J. intentó hablar con él:
- Don’t you have any visa or…?
- No passport -, repitió el japonés.
La puerta del camarote se volvió a abrir. Era el cuarto pasajero: un hombre de unos cincuenta años, barba canosa y abrigado de más.
- Buenas noches -, se presentó.
Luego sabríamos de él que era catalán y que vivía en un pueblo costero a unos cuarenta minutos de Barcelona.
Más gente cayó al baile. Esta vez, un policía francés que, en inglés, nos pidió nuestros tickets. El único que no entregó el suyo fue el japonés:
- Wife. Wife -, comenzó a repetir.
El policía se mostró paciente, pero cuando el japonés salió disparado del camarote debió ir tras él. De tan apurado, el japonés había dejado todo en la litera.
Luego, otro oficial pasó a retirar los pasaportes. Sus modales no eran tan amables como los del primero.
- “Mierda. Debe querer prender fuego el camarote” – pensé, mientras le entregábamos la documentación -. “Acá hay un sudaka, un negro y un separatista, mas el ponja que vaya Dios a saber dónde está”.
Al instante, dos pensamientos rectificaron esa idea xenófoba que había tenido: uno, que Francia es la tierra de la "libertad, igualdad y fraternidad", y por ende, somos todos hermanos; dos, que el tren se iba de Francia, y "el problema es de ahí en más de los gallegos".

Nunca supimos cómo, pero el japonés regresó.
Estábamos todos acostados cuando la luz se encendió. El japonés se acomodó y pronto la apagó. El traqueteó del tren y el silencio de la campiña francesa mecieron mi cuna, y dormí como niño por un par de horas.
Entre sueños, algo sucedió, creo que al llegar a la frontera entre Francia y España, o al menos eso fue lo que mi mente, en su letargo, pudo percibir.
Todo sucedió como en una película: la luna escondida en la oscuridad del camarote, el silencio entrecortado por el ronroneo del tren en los durmientes, una puerta que se abre, dos policías fronterizos que entran, la luz de la estación que ilumina sus rostros, y mis ojos que se abren y ven cómo los dos policías levantan al japonés por el aire turbio del camarote, y se lo llevan al olvido de una celda, dejando por el pasillo el eco de su única y dudosa defensa:
- No passport. My wife. No passport…
Bien temprano, sorprendí al sol desperezándose entre los montes.
En el pasillo del tren, charlabamos con el ghanés y el catalán. Charlábamos del japonés y de las costumbres de cada rincón del planeta, mientras el sol nos estiraba sus brazos a través de las ventanas. Y allí estábamos, acercándonos a Barcelona como palomas blancas dispuestas a anidar, por unos días a lo sumo, en cualquier recoveco de la Sagrada Familia.
La cuarta paloma, la única que realmente estaba migrando, ya no estaba en el nido.

jueves, 29 de mayo de 2008

CONTRASTE II: LA HABANA



La división social del espacio urbano según el recorrido turístico.

Arriba, La Habana Vieja para los extranjeros, con sus coloridos edificios coloniales y callecitas empedradas.
Abajo, La Habana Vieja de los cubanos, con sus fachadas derruidas y el agua estancada en los adoquines.





jueves, 22 de mayo de 2008

CONTRASTES I: MADRID



La división social del espacio urbano en lo relativo al esparcimiento.

Arriba, el Temblo de Debod, junto a la Plaza España, accesible para el común de los mortales.
Abajo, los jardínes del Palacio Real, entrada únicamente con linaje.






viernes, 9 de mayo de 2008

EN TAXI POR LA HABANA: PARTE II






Seguimos por el Malecón, bordeando el Mar Caribe. Pasamos frente al Hotel Nacional y al colosal Hospital Hnos. Ameijeiras, símbolo y orgullo del sistema de salud cubano. Al rato llegamos a una gran plaza llena de banderas cubanas.
- Aquel edificio es la Embajada de Estados Unidos. Cuando fue la crisis por Elián, desde la embajada comenzaron a poner avisos enormes sobre el chico, ofendiendo a Cuba. Entonces Fidel mandó tapar esos avisos con banderas cubanas.
Pronto cruzamos el río Almendares por un tunel.
- Agachese uno, por favor -, nos pidió el taxista.
Al parecer, habíamos pasado frente a un control. Algo me llamaba la atención: el taxista tenía por costumbre levantar la velocidad del auto y, luego, apagar el motor.
- Así hacemos kilómetros sin gastar combustible y sin que suba el cuentakilómetro.
Gran estrategia: de esa forma, no podían controlarlo si él se extendía en el viaje informado.
Llegamos a Miramar, el barrio residencial donde vive la clase alta de La Habana:
- Aquí vive Silvio Rodriguez, embajadores, políticos y empresarios extranjeros.
El barrio era lujoso: las casas eran mas bien casonas antiguas bien cuidadas, con gran jardínes. Entre las casonas bajas, cada tanto, aparecían modernísimos hoteles.
Y si se alzaba la vista, aparecía también, casi desde cualquier lugar de Miramar, la arquitectura comunista en su máxima expresión: la otrora embajada soviética, con su armatoste rectiforme de cemento y vidrio.
Otra vez el taxista aceleró, apagó el motor, y de pronto, volteó hacia el asiento trasero y nos pidió urgente que nos agachasemos.
Pero era tarde: un control nos detuvo al costado de una avenida poco transitada.
Se acercó un militar. Miró el auto. Constató que allí viajábamos cinco pasajeros. El taxista bajó del auto y caminó hasta el control, donde había otro militar.
El taxista presentó sus papeles, gesticuló: las excusas del caso (aunque no fueran a hacerle caso). Los militares hablaron por radio. Finalmente, el taxista volvió al auto.
- ¿Qué tan malo es esto? -, preguntamos.
- Tranquilos. No les va a pasar nada.
- ¿Y a vos?
- Estamos fuera de recorrido y con un pasajero de más. Me multarán.
El cubano lucía preocupado, pero sin perder en ningún momento su hablar tranquilo, su mirada serena.
- Tengo que llevarlos al hotel -, nos informó.
- Igual, ¿este trabajo es un privilegio, no?
- Y...es muy dificil cuando no tiene acceso a los pesos cubanos convertibles -, se sinceró el taxista -. Yo ganó 6 pesos cubanos convertibles. Tengo señora y un hijo de un año y medio. Hace poco, el Estado le bajó la ración de leche a mi hijo porque cumplió cierta edad y debe privilegiar a los bebés. Pero mi hijo todavía necesita esa lecha; la que ahora recibe es de otra calidad. Entonces, tengo que comprarla.
- ¿Hay tiendas donde la venden?
- Sí, pero es muy cara. Un litro de leche cuesta 1 peso cubano convertible.
- ¿Y cómo hacés?
- Juntamos entre toda la familia para poder comprar un litro de leche. O compramos en el mercado negro, pero tampoco es muy barata.

EN TAXI POR LA HABANA: PARTE I



La Habana es una ciudad muy particular.
Y dentro de sus particularidades, hay una que se destaca: su parque automotor.
Caminar por las calles de La Habana es retroceder medio siglo: la mitad de los autos que transitan son viejisimos, de esos que sólo vemos en películas.
Los taxis, sin embargo, son mas modernos.
Tomamos uno en el Paseo del Prado, allí donde hay una feria de artistas al aire libre.
Nos costó convencerlo de hacer el viaje: éramos cinco, y por norma, el taxista no puede llevar mas de cuatro pasajeros.
Pactamos lo siguiente: él nos haría un tour por El Vedado y Miramar (los otros dos grandes "barrios" de La Habana, junto con La Habana Vieja), que duraría entre veinte minutos y media hora, y luego nos llevaria al hotel por veinticinco pesos cubanos convertible.
La cuestión era que ese viaje costaba, oficialmente, veinte cubanos. Eso fue lo que declaró el taxista por radio a su central: los otros cinco pesos serían su propina por llevar un pasajero extra. En Cuba, los taxis pertenecen al Estado. Los taxistas son choferes, empleados de la Gran Burocracia cubana.
Eso mismo nos contó el taxista de camino a El Vedado por el Malecón:
- Nos controlan mucho. Hay muchos puestos en las esquinas para controlar a los taxis.
- ¿Cómo los controlan? -, preguntó alguno.
- Con el combustible y el cuentakilómetro. Hacen una relación: si gastas tanto combustible, tienes que haber hecho tantos kilómetros. De esa forma, controlan que no hagas viajes por fuera de lo pactado por radio.
Ahí nos enteramos que cada taxista, al tomar un viaje, debía informar recorrido y monto a una central.
Hacer un viaje particular es mas que tentador para cualquier chofer. Los cubanos reciben su sueldo en una moneda llamada pesos cubanos. El sueldo promedio es de 300 pesos cubanos. Si un cubano desea convertir ese dinero a pesos cubanos convertibles (que es la moneda que manejan los turistas), recibe por esos 300 sólo 4 pesos cubanos convertibles. Por lo que el sueldo promedio de un cubano es algó así como 6 dólares.
- El Estado provee de los distintos alimentos y demás. Cada cubano retira de las bodegas con su libreta de racionamiento -, explicó el taxista.
- ¿Y alcanza con lo que retirás?
El taxista siguió manejando: aún no soltaba su lengua.

jueves, 1 de mayo de 2008

"LÁGRIMAS NEGRAS" EN LA HABANA


Un poco para el turismo y otro poco (o mucho) por vocación, los cubanos se entregan siempre que pueden al canto y al baile. Y ritmo y gracia les sobra. No así al Cronista, que se contentó, cada vez que pudo, con disfrutar de su música y su encanto.
El video a continuación fue grabado en el hall del hotel "Habana Libre", mientras El Cronista esperaba que lo alojasen en su habitación.
En el hall había, como en muchos hoteles, un par de músicos con sus instrumentos mas habituales: guitarra, percusión, voz.
Lo extraño del caso fue que, mientras tocaban, empezaron a sumarse, casi espontáneamente, muchos empleados del lugar que, no pudiendo resistirse a la música, soltaron sus gargantas y caderas al son de "Lágrimas Negras".
De pronto se armó una versión interminable del clásico cubano, pues cada vez que la canción tocaba su fin, algún moreno arengaba "otra más, chicu".
Porque, como bien definió La Cronista, Cuba es, sobre todo, sabores, sabores que perduran por siempre.
Nadie es indiferente a Cuba.


viernes, 25 de abril de 2008

CRÓNICAS DEL CONTRABANDO: PARTE I: VARADERO



– ¿Desean beber algo? –, me pregunta la morena de falda corta.
Tiene mucho de todo: labios, caderas, sensualidad.
– Mojito, por favor –, le respondo.
– Y una Coca –, le ordenan también.
Es mi hermano. Me olvidé que estaba ahí, sentado a mi lado en uno de los silloncitos de mimbre de la cafetería del hotel.
Hacen unos treinta grados, pero el ambiente del trópico es diferente al porteño: el calor no te hunde la cabeza contra el suelo ni el cuerpo te transpira por cada poro. Se sientan mis viejos y vuelve la morena de falda corta. Me deja un mojito y recoge más pedidos: un ron punch y otra coca.
– ¿Puedo molestarlo, caballero? –, me dice un robusto moreno, mientras me invita a mover mi sillón un poco hacia el costado –. Gracias –, me dice, algo apenado, mientras pasa junto a su contrabajo.
Los cubanos son más que respetuosos. Piden permiso hasta para deleitarnos con su música. Oigo las guitarras y la percusión, mientras a frente a mí, el robusto moreno acaricia el contrabajo.
La morena de falda corta se me acerca nuevamente. Le pido otro mojito.
– ¿Argentino, no? –, me pregunta; yo asiento. Luego comprendería que aquel histrionismo era parte de un plan comercial –. ¿Le gusta el ron?
– Parece bueno.
– Está preparado con Havanna Club añejo cinco años –, me informa, y se va.
Suena “Lágrimas negras”. Mi vieja quiere cantarlo, pero no sabe la letra. Espera el final y aplaude rabiosa. A los europeos no parece importarles el recital y si aplauden lo hacen sólo por compromiso.
– ¡La del Ché! –, grita uno.
– ¡Ea! ¡Argentinos, ¿eh?! –, dice el cantante, y se empeña en complacerlo.
Los argentinos tararean la canción. Pocos conocen la letra, pero en el estribillo se animan todos. Es extraño, porque ninguno parece comunista. Será que la distancia otorga ciertas licencias a los viajantes.
– Si precisa algo más, me avisa –, me dice la morena de falda corta –. Yo puedo ayudarlo.
Le agradezco y salgo a recorrer el hotel. Al rato, acabo en la barra desde donde la morena distribuía las bebidas. Me atiende ahora Nivaldo, hombre de unos cuarenta años, calvo y educado. Me sirve una piña colada y la bebo sentado en una silla alta.
– Si piensa llevar algo para los amigos en Argentina, hágamelo saber –, me dice Nivaldo casi como distraído.
Le agradezco y le comento que sí pienso llevar algo para allá. Nivaldo me sonríe. Luego descubriría yo que nadie en el hotel prepara los tragos como él. Detrás suyo, asoma un negro de casi metro noventa. Me mira de soslayo y sonríe. Parece torpe pero amistoso.
– Venga a verme a mí –, me dice cuando Nivaldo deja la barra por un segundo –. Puedo conseguirle mejor precio –, me guiña el ojo.

miércoles, 16 de abril de 2008

HOMBRE DE NINGÚN LUGAR


La primera vez que hablé con Louis, yo estaba en Viena y él en la recepción del Hotel Richard, en París.
Yo quería cambiar los días de mi estadía en el hotel y él no entendía mi inglés. Y como yo no hablaba francés, le propuse otras opciones:
- ¿Parla italiano? -, probé, ¡como si esa lengua fuese a mejorar la comunicación!, pero Louis dijo que no.
- ¿Fala portugues? -, insistí, con el mismo resultado.
- Aquí dice que eres de Argentina -, me dijo en perfecto castellano -. Yo soy peruano.
- Ok! Let´s speak in spanish -, me enredé otra vez en la maraña de lenguas de mi boca.
Así conocí a Louis o Luis Sibille. Nunca tuve claro cómo llamarlo. Creo que él tampoco.
Sibille daba con el estereotipo del peruano: algo mofletón, cabello oscuro, piel trigueña, tono gentil. Debía tener unos cincuenta años.
Así lo reconocí, ni bien entré al hotel donde él trabajaba como recepcionista desde hacía un par de años.
Naturalmente nos hicimos amigos: él quedaba de sereno desde la tarde, y yo no tenía con quién comer. Así que él me ofrecía cenar con él en la recepción, mientras charlábamos y mirábamos la televisión.
A él le debo el haber encontrado lugares baratos para comer al paso y bien:
- No comas por Bercy, en la zona de los restaurantes chinos. La semana pasada hicieron un allanamiento y encontraron carne de rata y anguila.
Y le debo también el haberme ahorrado unos treinta euros:
- Al Louvre, ve la noche del viernes. Es gratis para estudiantes.
Por otro lado, fue él quien rompió una de las fantasías que tuve ni bien pisé París:
- No. Buenos Aires no se parece en nada a París.
- Yo decía por la arquitectura de los edificios, con los frentes claros y los tejados azules. En Buenos Aires hay de esos.
- Una golondrina no hace verano. Y sé lo que te digo: yo viví en Buenos Aires.

Louis había nacido en Francia, pero al poco tiempo, su familia se mudó a Perú.
Allí, su padre montó un negocio de venta de maquinaria agrícola. La cosa marchaba muy bien, y pronto hicieron buen dinero.
Cuando creció, Luis tomó el mando de la empresa y conoció a la madre de sus dos hijas.
Pero Luis nunca fue tratado como Luis, sino como Louis. En Perú, a Sibille lo llamaban despectivamente el gringo. Lo hacían sentir europeo, extranjero, aun cuando él no recordaba nada de aquellos días en París.
A finales de los ochenta, comenzaron los problemas para Louis: miembros de Sendero Luminoso visitaron su negocio y exigieron una paga para permitirle operar con tranquilidad. A Louis no le quedó otra opción: Sendero Luminoso era ya una organización decididamente violenta, y venía asesinando a comerciantes y patrones rurales en distintos departamentos.
A esa altura, a Louis ya no le extrañaba si, de regreso a casa, observaba en su cuadra algún animal muerto, como señal de amenaza.
- Al tiempo me cansé, y ahí se complicó la situación. Una noche quemaron mi depósito. Perdí todo.
Lo que vendría, luego, en la vida de Louis, sería su regreso a París.
Llegó como Napoleón, con una mano delante y la otra atrás. Y a pesar de su experiencia laboral y de sus conocimientos, Luis no consiguió ninguno de los trabajos que buscaba.
- Nadie me quería tomar para puestos profesionales -, me contó apenado el hombre del pasaporte francés que debió contentarse con un trabajo nocturno mal remunerado. - Aquí soy el sudaka.

jueves, 10 de abril de 2008

IRRUPTORES



Nos metimos como quien-no-quiere-la-cosa.
La ciudad de Fito nos había recibido con un frío terrible.
Las rejas terminaban en una puerta que, abierta de par en par, parecía invitar a inmiscuirse.
Por un lado sabíamos que no era ninguna hazaña. El Cronista ya había estado ahí, pero yo nunca. Me sentía como en una misión secreta.
El Club rojinegro parecía algo pequeño comparado con la enormidad de su estadio.
Definitivamente me gustaba más que el de Arroyito. El Parque Independencia parecía abrazarlo en su verdor.

Con mucha cautela y casi en puntitas de pié, nos metimos al estadio. La popular vacía y los muchachos que cuidaban el césped no lograron detener nuestra imaginación.
Agarrados del paravalanchas saltamos, arengamos y gritamos como un leproso más.
El cronista no se privó de colgarse del alambrado.
La popular de Newell’s rezaba: “La hinchada que nunca abandona”, en alusión a un hecho vergonzoso protagonizado por sus propios jugadores. Nosotros nos creíamos hinchas y corríamos por las gradas.


Luego de cansarnos de la actuación, decidimos incursionar en el campo de juego…
Pero la suerte no fue la misma, y terminamos mirando a través de las pequeñas rejitas de la platea.

A partir de ese día, y en un claro mal uso de nuestra lengua, nos bautizamos “Los Irrumpidores”.
Luego continuamos nuestras entradas cuasi-clandestinas a los estadios, pero en Mendoza…

La Cronista

domingo, 6 de abril de 2008

LA MALDICIÓN DEL PARAGUAS


Los días de lluvia son especiales en Roma.
Cuando comienzan a caer las primeras gotas, la fisonomía de sus calles cambia con asombrosa velocidad.
Los cientos de morenos que ofrecen carteras y camperas de cueros en las veredas, levantan sus mantas del piso y se esfuman bajo el agua. Y sin que uno advierta cómo o de dónde, aparecen en todas las esquinas orientales con pilotos y paraguas de todos los tipos y colores.
Una lluvia así me sorprendió una mañana en Piazza Venezia.
- Umbrella, four euros -, me ofreció por la espalda un hombre de ojos rasgados y peor inglés que el mío.
Le contraoferté dos, y por dos euros con cincuenta centavos lo llevé.
El paraguas me acompañó durante veinte días por toda Europa. En ese tiempo, llovió una sola vez.
Ya en Barcelona, a punto de partir rumbo a Madrid, decidí dejar el paraguas romano en el cuarto del hotel. Ya estaba cansado de llevarlo de aquí para allá sin beneficio alguno.
En Madrid llovió los siguientes tres días.
Los días de lluvia, sin paraguas, son especiales en cualquier ciudad.

miércoles, 2 de abril de 2008

ROSCA Y CIRCO




Cuarto y último día en Roma. La ciudad ya me había ofrecido cuanto tenía, por lo que decidí caminar a la deriva por calles que aun no había recorrido.
Garuaba mientras recorría la parte menos interesante de Roma. Era domingo para colmo, y cuando daba con algún templo antiguo, el lugar estaba vacío o cerrado. No había motivos para enojarme, igualmente: estaba en Roma, y Roma era, para mí, un puente tendido entre mi temprana adultez y el misterio de los emperadores y los gladiadores.
Después de decepcionarme con "Las ruinas de Nerón", donde no había mas que un par de ladrillos chamuscados, tomé por una calle en ascenso que bordeaba el Foro Romano. Allí di con el espectáculo más familiar en el lugar más sorprendente: un picado frente al mismísimo Coliseo.
Me senté sobre una baranda que hacia las veces de tribuna. Decenas de personas miraban el partido. Un equipo parecía compuesto por coreanos; el otro, me juego la piel, por peruanos.
El único atractivo que presentaba el partido en sí era la pierna fuerte con la que se jugaba. El resto, nada que no pudiera verse en un potrero de Argentina. La cancha embarrada tampoco ayudaba al buen juego.
El fútbol, sin embargo, parecía ser algo accesorio para la gente que pasaba allí la tarde. Era una excusa para una reunión, pero no cualquier reunión: una reunión de inmigrantes.
Cada tanto, desde los autos estacionados, llegaba alguna cumbia, algún vallenato, y también, alguna melodía que jamás había oído. Allí se hablaban mil lenguas, como antaño en el Imperio Romano: cientos de pueblos bajo la misma ala.
Y allí estaba yo, en esa improvisada Babel que seducía con sus variadas músicas y sabores, pero que al mismo tiempo, resultaba inquietante, pues junto con la pelota, corría también el vino y la cerveza, especialmente detrás de uno de los arcos, donde había instalada una suerte de feria de comida y bebida.
Cada vez mas, el Coliseo me parecía un testigo mudo de este nuevo circo montado alrededor de la pelota, en el que los jugadores, gladiadores modernos, no conseguían ni entretener a un turista curioso como este cronista.
El partido terminó sin goles. Aun llovía. Los jugadores se dispersaron. Yo me preparé para volver al hotel, hasta que de pronto, en la feria, se armó una acalorada discusión entre los jugadores coreanos. La cosa fue subiendo de tono hasta que se desató la gran rosca entre los de camiseta naranja. La pelea, que pronto se trasladó al barro de la cancha de fútbol, pasó a ser el centro de atención de todas las miradas.
Para ser sinceros, los diez o doce coreanos peleando a patada limpia fue lo más parecido a una lucha de gladiadores que vi en toda Roma. Y eso que, días atrás, un ropero vestido con túnica y casco me había guiado por el Coliseo.
Cuando la gresca amenazaba con extenderse a otras colectividades, me mandé mudar cantando bajito. No fuera cosa de ligarla, sólo por portación de cara.

sábado, 22 de marzo de 2008

DESCANSO EN MONTPARNASSE



Nunca me gustaron los cementerios.
Por suerte, he tenido que visitarlos poco y nada. Sin embargo, Montparnasse me resultaba una parada obligatoria en París.
Era de mañana cuando salí del hotel hacia el cementerio. Al llegar a la puerta, pensé: “¿Está bien hacer turismo acá?”. No había mucho movimiento en la necrópolis. Así que, en silencio, caminé entre las interminables callecitas que serpenteaban entre cuadras y cuadras de tumbas como racimos de uva, encimadas unas a las otras, mezclándose, confundiéndose, con vago orden.
Encontrar una tumba era muy difícil: buscando la de Baudelaire, acabé hallando la de Durkheim.
Había, sin embargo, una tumba que tenía que visitar sí o sí: la de Cortázar. Me costó trabajo encontrarla. La vi un rato de lejos y la rodee un par de veces. Cuando me animé a acercarme, tres mujeres se me adelantaron y se sentaron sobre el mármol blanco. Media hora charlaron sobre la tumba del inmortal cronopio, mate y fotos de por medio. “Que irrespetuosas”, pensé, yo que ni me animaba a sacar mi cámara. Cuando se fueron, me arrimé yo.
La tumba era plana, casi a la altura de una mesa ratona. Estaba divida en dos, parte para Carol Dunlop, parte para Julio. Tenía, además, un adorno que me impresionó: una cara sonriente hecha de granito gris. En el mármol, la gente había escrito todo tipo de mensajes para Córtazar. Muchos le agradecían sus cuentos y otros sus luchas. Muchos le hablaban desde el exilio y otros de lo mucho que lo extrañaban. En un hueco, había flores marchitas y otras recién colocadas.
Me senté en el mármol. El sol de marzo era abrigador. Cerré los ojos. Sin darme cuenta, habían pasado más de quince minutos. Sí, la tumba de Julio invitaba a eso: a hacerle compañía, a matear, a conversar. No era una irrespetuosidad, como había pensado antes. Ni era una herejía dejarle un mensaje.
Saqué un papel de mi billetera, lo partí en dos y lo dejé en el hueco junto a las flores. El papel era de un bar de Buenos Aires que se llamaba “Il Mago”.
Me despedí de Julio y, en el camino de regreso, me topé con Baudelaire y Maupassant. No creo en las coincidencias, y menos aun, después de haber leído a Cortázar.
Todavía conservo la otra parte del papel. Espero algún día poder dejársela.

miércoles, 19 de marzo de 2008

PARÍS-BARCELONA. PARTE I: EL MUSULMÁN


Gare d´Austerlitz. Veinte horas. Abordo el tren rumbo a Barcelona y busco mi camarote. Estoy ansioso: el viaje demorará toda la noche y no sé con quién compartiré las cuatro camas literas del pequeño cuarto.
Abro la puerta y encuentro la primera respuesta: un moreno de dos metros voltea y me sonríe con sus perfectos dientes.
- Hi -, me tiende la mano -. I´m J.
Su mano cubre completamente la mía.
- ¿Is ok if I pray? -, me desconcierta aun mas.
- Go ahead, man -, le tiro, y él extiende una manta blanca en el pasillo del camarote.
Subo a mi litera para darle lugar y el moreno se arrodilla y balbucea algo incomprensible. Su cuerpo se mueve entre espástico y sereno. Yo lo miro rezar y después levantar la manta y doblarla. Se sienta en su litera, la de arriba, frente a la mía.
- ¿Where´re you from? -, me pregunta.
- Argentina.
- No kidding -, ríe y golpea sus manos en las rodillas -. ¡I love Maradona!
No me sorprende: ya he oído esa misma frase varias veces en toda Europa. Pero el moreno va un paso más allá: conoce la carrera del Pelusa, sus goles y vicios. Hablamos un rato de fútbol, hasta que me confiesa algo que cambiaría para siempre mi percepción de mí mismo:
- When I saw you, I thought that you were from Morocco.
Me río. No puedo hacer otra cosa. Él sigue:
- And I thought that you were like thirty-three.
- ¡No, man! ¡I´m twenty-one!
Reconozco mis rasgos árabes, pero jamás pensé que fueran tan acentuados como para que un africano me confundiera con uno de ellos. Lo de la edad resulta aun más chocante, y más viniendo de boca de un ghanés cuarentón que, a lo sumo, aparentaba veintiocho.
El tren sigue detenido. Aun falta parte del pasaje. Continuamos hablando: me entero que el ghanés cuarentón es un abogado que estudió en Estados Unidos.
- United States is like a baby -, me dice -. Whatever they want, they take it.
Luego me explica la diferencia entre Estados Unidos y las potencies de antaño:
- United States have no history. What is two hundred years, compares to Europe or Arabic countries?
A mí, me queda una sola duda:
- How do you know where The Meca is?
- How do you know when you are hungry?
- I just know -, respondo.
- I just know -, me dice, tocándose el corazón con su mano derecha.