martes, 29 de diciembre de 2009

Cómo navegantes


El escribano en Cuba filetea su hoja con agua salada. Picotea unos pancitos, y sigue con su tarea de esconderse de la vista de los intrusos. Unos que les tiran besos, y babean un poco.
El día que los conocimos brillaban al sol y disfrutaban del clima cálido, de ése mar que en nada se parece al de Miramar y su témpano en la orilla.
Durante la visita se mantuvieron cautelosos pero cercanos. Nos rodeaban todo el tiempo, y desaparecían en la línea con el cielo.
Volver de ésa travesía fue la paz infinita.
Fue el silencio necesario para descubrir que un pan y unos pescados volvían a significar en mi vida tanto como hacía unos años atrás.

MATANZAS, DE NOCHE

Matanzas, de noche.
El micro sube y baja, lento como un caracol por la carretera, serpenteando entre las serranías. Vos estás recostada contra el cristal de la ventanilla, y tu cabeza se recuesta también contra el fondo del paisaje, oscuridad sobre oscuridad, declive sobre declive.
Vas cayendo en el sueño eterno de esta tierra.
Te vas haciendo Cuba.

ADIOS A LA HABANA


Además de un Adios a las armas, Ernest Hemingway debió escribir algún Adios a La Habana. Me gustaría encontrar esas hojas que quizás no existen, para saber cómo despedirme de esta ciudad en la que yo, segura y lentamente, voy dejando de existir.