domingo, 6 de abril de 2008

LA MALDICIÓN DEL PARAGUAS


Los días de lluvia son especiales en Roma.
Cuando comienzan a caer las primeras gotas, la fisonomía de sus calles cambia con asombrosa velocidad.
Los cientos de morenos que ofrecen carteras y camperas de cueros en las veredas, levantan sus mantas del piso y se esfuman bajo el agua. Y sin que uno advierta cómo o de dónde, aparecen en todas las esquinas orientales con pilotos y paraguas de todos los tipos y colores.
Una lluvia así me sorprendió una mañana en Piazza Venezia.
- Umbrella, four euros -, me ofreció por la espalda un hombre de ojos rasgados y peor inglés que el mío.
Le contraoferté dos, y por dos euros con cincuenta centavos lo llevé.
El paraguas me acompañó durante veinte días por toda Europa. En ese tiempo, llovió una sola vez.
Ya en Barcelona, a punto de partir rumbo a Madrid, decidí dejar el paraguas romano en el cuarto del hotel. Ya estaba cansado de llevarlo de aquí para allá sin beneficio alguno.
En Madrid llovió los siguientes tres días.
Los días de lluvia, sin paraguas, son especiales en cualquier ciudad.

2 comentarios:

Sunshine dijo...

A mi me gusta mucho la lluvia. Y no llevo paraguas... nunca. No soporto que el viento lo vuele, lo dé vuelta o que me lleve como a Mary Poppins.
Sin embargo, cuando se trata de días lluviosos, seguro que es el día en que me olvido el piloto.

La lluvia tiene algo hermoso. Lo que más me gusta es el olor a tierra mojada que levanta. Sí, aún en esta ciudad donde lo que prevalece es el asfalto.
Ni me imagino lo especial que debe ser cuando uno anda por Europa.

Besito!

PD: Paraguas es sin diéresis

malena dijo...

Qué lindas crónicas para viajar sin moverme de la oficina.
Qué ganas de estar en esos lugares.
Y sí, ha logrado sintetizar una sensación. Adhiero así plenamente a su última afirmación.

Saludos!